domingo, julio 10, 2005

Mi abuelo Juan Francisco

Mi abuelo Juan Francisco solía decir un refranete siempre que veía a una chica con minifalda.
Decía: "Niña, ve y dile a tu madre que no quieres ser cigüeña; que te alargue la falda o que te corte las piernas."

Mi abuelo Juan Francisco vendía caramelos y especias y lejía y aceitunas y todo tipo de frutos secos. Se sentaba en un taburete en la parte trasera de su tienda y apuntaba con pluma, cuidadosamente, todo lo que entraba y salía de su negocio. Todo iba por peso, así que todo lo pesaba. Todo lo pesaba, y todo lo sopesaba.

Mi abuelo Juan Francisco era cauteloso y ahorrador. Desayunaba, comía y cenaba siempre lo mismo. Para no gastar mantequilla solía untarla en las tostadas con la punta del cuchillo, rascando la superfície del pan.

A mi abuelo Juan Francisco no le gustaba que yo llevara minifaldas, ni camisetas de tirantes, ni que me maquillara. Siempre solía decirme lo mismo. Decía: "Niña, la mona, aunque se vista de seda..., mona se queda". Yo no le hacía caso, y me burlaba, y él me estrujaba las mejillas en un cariñoso gesto de desaprobación.

Mi abuelo Juan Francisco se murió. Se murió antes de que internet y los móviles inundaran nuestras vidas. Antes de que Crónicas Marcianas y La casa de tu vida rompieran los índices de audiencia. Antes de los ataques terroristas de Nueva York y la consecuente guerra de Irak y todo lo que ha venido después. Antes de que el calentamiento de la Tierra llegar a extremos tan preocupantes. Antes de que el precio de los pisos se quintuplicara. Antes de que el modelo a seguir para las niñas de 13 años fuera Paris Hilton. Y menos mal que se murió.

La vida era muy sencilla para mi abuelo Juan Francisco. Iba a misa cada domingo, contaba caramelos en la trastienda de su colmado, se reía de las niñas que llevaban minifalda y le gritaba a sus nietos. No necesitaba más para ser feliz. Nosotros sí. Pero quizá no.

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