martes, abril 26, 2005

Cuando vivía en Senolaf...

... rollo Blanche (Las chicas de Oro), hoy toca recordar...

Mi hermano, a sus 5 años de edad, un día decidió jugar conmigo a indios y vaqueros. Yo tenía dos añitos, así que me tocó la parte más aburrida del juego, ser vaquero, y además ser un vaquero malo, un vaquero cobarde y perdedor. En el tiempo que tardó mi madre en tender una lavadora, mi hermano, el mejor y más valiente indio de todo el oeste americano, hizo un fuerte con papeles de periódico, me sentó a mí en el centro, prendió fuego a los papeles y a lo 'Un hombre llamado Caballo', se quitó la camiseta y se puso a danzar y a dar grititos alrededor de la mini-hoguera.

Al cabo de dos veranos nos fuimos 15 días de convivencias. Ese fue el verano en el que mi hermano me enseñó a nadar. Decir que fue él el que me enseñó a nadar, siempre le ha llenado de orgullo. Ni qué decir tiene, que lo único que me llenó a mí durante los 30 segundos que duró mi aprendizaje, fué el agua de la piscina que tragué al intentar llegar a la pared más próxima. Mi hermano, el valiente indio 'siuks' que aprendió a nadar antes que a hablar, me convenció para que me tirara sin flotador desde la parte más onda de la piscina. Me aseguró que él me cogería. Debió de ser el ímpetu con el que me zambullí en las aguas de profunda piscina (alimentado por mi confiaza ciega en él, pues todo el mundo sabía que un buen indio nunca rompía sus promesas) lo que le hizo a él salir a toda pastilla del agua y descojonarse vivo, mientras yo, presa del pánico, conseguía llegar al otro extremo, el que no cubría. Lo cierto es que nunca más volví a usar un flotador.

Al año siguiente el valiente indio (y el experto nadador) tuvo que pasar por la traumática experiencia de sufrir un lavado de estómago. El hombre blanco había mermado su buena y sana voluntad de vivir, y en un arrebato de viciosa curiosidad suicida, se había comido una tableta entera de Valiums. Cuando salió de la consulta del médico y mi madre le preguntó cariñosamente que qué le habían hecho, entre lágrimas vociferó: 'ME.HAN.METIDO.UN.MACARRÓN.GIGANTE.POR.LA.BOCA.' Nunca olvidaremos la indignada expresión de sus ojos mientras pronunciaba tan memorables palabras.

Ese año repitió curso y se convirtió en la pesadilla de todos los tutores que tuvo hasta finalizar EGB. De todas las historias que me contaban sus compañeros de clase a la hora del patio, las que más se extendieron y repitieron a lo largo de los años fueron dos en concreto.
1.- La vez que le echaron de clase y él muy obediente decidió hacerle caso a su profesor... a su manera. Salir andando de un aula no tenía nada de original, así que decidió salir 'destrangis' gateando por debajo de las 40 mesas que había en la clase y por supuesto, chocándose voluntariamente con las 80 piernas que las resguardaban.

2.- Cuando dimitió de su cargo de 'jefe siuks' porque estaba 'demodé' y formó con sus compinches -numerosos compinches-, el grupo llamado 'Jappali-Baba y los 40 ladrones' (Jappali es su nombre real). Tras liarla repetidas veces, los profes perdieron definitivamente la paciencia una mañana en la que no sé qué desafortunado incidente con unos desayunos le descubrió a él como al cabecilla del grupo. Ese día se quedó sin comer. Castigado sin comer. Por la tarde faltaban 40 plátanos de las cestas de las meriendas. Los 40 fueron a parar a su estómago. O eso dice la leyenda ;)

A los 12 años le pillé en la galería de casa exterminando hormigas y mi cabreo fue tal que le cogí la carpeta llena de apuntes y se la tiré por la ventana. Su cabreo fue tal que mi radiocaset (rosa y con mi cinta favorita de los New Kids on the Block dentro-- ya véis lo petarda que era de pequeña), corrió la misma suerte que su carpeta. Casi me tira a mí por la ventana, pero estoy segura de que su perspicaz inteligencia le dictó qué opción de la dos me haría más daño. Mi madre tuvo que venir corriendo del trabajo para evaluar daños.

Mi madre siempre venía corriendo del trabajo. Siempre. Estoy segura de que si alguien le preguntara qué vez de las muchas en las que tuvo que salir corriendo del curro para ir a rescatar a sus hijos fue la que más miedo pasó, diría la vez en que la llamé llorando y gritando 'EL CHAMPI ESTÁ MUERTO, EL CHHHHAAAMMMPIIIII ESTÁ MUEEERRRTOOOOOOO', (refiréndome a mi periquito)y la pobre mujer entendió 'EL JAPPALI ESTÁ MUERTO, EL JJAAAAPPAAALIIII ESTÁ MUERRRRRRRRRTO'. Seguro que sí.

En fin, que me acuerdo de todo esto y de mucho más, y me da pena pensar que dentro de unas semanas dejaré de vivir bajo el mismo techo que mi hermano. Ya no nos llevamos bien. Hace tiempo que dejamos de llevarnos bien. Si es que lo que he escrito hasta ahora es sinónimo de llevarse bien. Qué más da. Nos odiamos. Nos queremos. Es mi hermano. El único que tengo.

Me he hecho un propósito: recordarle todas estas anécdotas antes de marcharme y poder echarme unas risas con él. Qué menos, no?

4 comentarios:

Dvd dijo...

Como alguien dijo un dia, los cuentos personales son el reflejo del alma de una persona. Me has transmitido amor y perdon, una evolución dificil de alcanzar. Vuelvo a felicitarte por tus sanas palabras. Besos.

Anónimo dijo...

Hola Fatou…

Esta noche he descubierto tu blog y he estado leyendo varios post...
Me gusta.

zinktuais dijo...

Genial!! pero firma cuando me pongas algo aquí porque sino no se quién eres!!!

Max power dijo...

No confundas a la inocente Rose, que era la que vivía en St. Olaf, con Blanche, que era la pendona