lunes, septiembre 05, 2005

Mi Gambia

Gambia huele a cacauete, incienso y mar. Todo junto y revuelto como si de una comunión de expatriados se tratara. Los gambianos también viven juntos y revueltos, comen juntos y revueltos y si, también duermen juntos y revueltos. Aunque la sangre no sea un motivo de unión, la amistad o el parentesco más lejano le da a uno la libertad de sentarse en el suelo y comer con las manos y del mismo plato, con sus semejantes.

En Gambia hay electricidad dos días a la semana y se goza de agua corriente tres o cuatro, pero a horas sueltas. El sistema de alcantarillado es una broma del gobierno, un chiste para que los tranquilos habitantes del país tengan un motivo de risa durante los 4 meses que dura la estación de las lluvias. Los niños andan y corren sucios y descalzos por las calles sin asfaltar, rodeados de gallinas y de cabras, y apedrean a los perros, los auténticos reyes de la libertad. No tienen piedad: nunca han amado a un animal y muchos, la gran mayoría, nunca han tocado a una persona blanca. 'TUBAB', esa es la palabra que designa a un blanco en Gambia. La palabra que les nace de las entrañas: tal y como te ven, te lo gritan en la cara, ¡¡¡TUBAAAAAAABBBB!!!

Gambia sabe a mango, a ataya y a aceite de palmera. El arroz es el alimento nacional, el sustento nacional. Los cuerpos atléticos y fibrados de los gambianos son una muestra de ello. Los chicos se reúnen por las tardes en las playas para practicar el fútbol, todos con chancletas y con camisetas de sus equipos europeos favoritos. El cielo abierto y las templadas aguas del Atlántico les animan a no parar hasta bién entrada la noche. Las puestas de sol son cortas, pero intensas, como si el astro rey estuviera demasiado agotado tras una dura jornada de trabajo. No importa si llueve a raudales, o si la humedad evapora el aire, el sol, omnipotente, se despide con desdén pero majestuosamente.
Siempre, sin excepción, la noche me ha pillado por sorpresa en Gambia.

Gambia es MULTICOLOR. No sabe de modas, ni de revistas, ni de maquillajes. Las trenzas y las telas de locos estampados se entremezclan con la necesidad de ir tapado, por pudor, porque ante todo, los gambianos son educados. Los taxistas adornan con flores sus coches destartalados, los niños venden agua embolsada en las esquinas, las jóvenes te asaltan con la mirada curiosa y te muestran su mercancía con dignidad: paracetamol, cocacolas y chicles. Ese es su imperio, su trabajo, y su día a día.

Una ama de casa gambiana se levanta con el canto del gallo, se lava, se viste y se va al mercado. Allí saluda a sus amigas, las que le enseñaron el arte del regateo, y compra pescado fresco, verduras varias y picante. Cuando vuelve a casa, limpia, lava y cocina para su hombre, sus hermanos, sus sobrinos, sus vecinos, los hijos de sus vecinos, y para ella misma. Lo hace con dedicación. Lo hace con amor. Todo en Gambia rebosa dedicación. Y también amor. Amor a los niños, amor a la familia, un amor intenso por Africa. The Black Continent lo llaman... 2, 3, 4 veces al día, y luego se ríen del calor y de la falta de agua y de las velas efímeras que se fabrican en Europa. Tubabs: para qué querrán ellos velas.

Gambia suena a jambés, a risas y al canto de los pájaros. Por la anarquía del tráfico y los ríos de personas que llenan las calles se diría que la gente está muy ocupada. Pero uno, irremediablemente, se pregunta en qué. Porque el tiempo no parece transcurrir. Se hace de día y de noche a una velocidad intermitente, fatigosa, pero cada jornada es igual que la anterior; y que la siguiente.

Si Nueva York es la Gran Manzana, Gambia es como una Papaya Gigante: bella, dulce, tierna, sabrosa y con un enorme corazón.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

no te imaginas las ganas que tenia de leerte desde africa :)

Anónimo dijo...

me emocionat
anna

Anónimo dijo...

Siempre me han comentado que lo mejor de Gambia es su gente. Lo bueno además es que al ser tan pequeño debes conocer el país de arriba a abajo.