martes, enero 24, 2006

Tan Cerca...

Echo de menos a mi padre.
Me lo imagino en su casa en Gambia, ahora, en este mismo instante. Lo cierto es que cada vez se está convirtiéndo en un referente para mi pensamiento en los malos momentos. Me da el mal rollo, y boom, pienso en lo tranquilo que debe estar en su apartamento, rodeado de su gente, ejerciendo un poder y un control absoluto sobre todo y sobre todos. Sí, puede que suene jerárquico, pero la verdad es esa –Africa es un lugar jerárquico-, y en el fondo me gusta que así sea.
Mi padre es “ALGUIEN” en su país y entre su gente. Se marchó de nuevo hace una semana rumbo a su patria, casi casi como un paria. Me decía camino del aeropuerto que estando aquí su primer pensamiento cada mañana era “A ver qué coño de factura me va ha llegar hoy”. Con su sueldo, aquí en España apenas podía sufragarse su propia existencia; allí en Gambia, con la misma mensualidad, es más rico que el mismísmo presidente del país. Se lo gasta él y pillan cacho todos los que le rodean. Es, por ponerle la nota humorística, “el de los donetes”, y eso, sumado a una envidiable personalidad carismática, le confiere un curioso poder. Cuando llegó al aeropuerto de Banjul me llamó por teléfono y entre risas me dijo que le habían puesto escolta, habían acarreado con sus maletas y le habían concedido un visado para un año, cuando lo habitual en su caso hubiera sido sólo para tres meses.

Yo le definiría como el más amable y generoso de los tiranos. Si le apetece un refresco pero está lloviendo a cántaros sólo tiene que pedirle a uno de los de su “trupe” que vaya a por él. La recompensa: una birra para el mandado y el cambio sobrante. Todos van encantados. Mi padre obtiene lo que quiere sin mover un dedo y de paso algún chavalito ocioso se da el gustazo de beberse una cerveza un par de días a la semana.

Con frecuencia recuerdo el asombro que todo esto me suscitaba el verano pasado cuando estuve visitándole (yo apenas consigo que mis compañeras de piso me pasen el mando de la tele cuando estoy tirada en el sofá y no me apetece moverme lo más mínimo y ellas lo tiene a un tiro de piedra).
Estando en Gambia, recuerdo en especial un día en que fuimos a comprar pescado fresco a una playa de pescadores. Ese día íbamos la “trupe” al completo. Después de comer partimos él, un amigo suyo del barrio, mi primo, un amigo de mi primo, mis tres amigas y yo a visitar un parque natural de cocodrilos. Íbamos todos en la furgoneta de mi padre. A la vuelta pasamos por delante de la playa y paramos a comprar nécoras y pescado fresco. Cuando vas a un sitio como ese, lleno de nativos ávidos por desprenderse de la pesca del día, es muy útil no sólo ser africano y saber hablar el idioma, si no hacerse con alguien del lugar, algún pillo que se gana la vida aconsejándote sobre la mejor compra a realizar.
Fue bajarnos de la furgoneta y la “trupe” de mi padre se puso como en “formación”. Mi padre y mi primo iban al frente. Nosotras, las guiris, en el medio, y los demás detrás nuestro con cara asesina, por si alguien intentaba robarnos. No se nos podía acercar nadie, ni siquiera los niños, que al parecer, son los peores manguis habidos y por haber.
Ese día mi padre estuvo “espléndido”, negoció, regateó, hizo colegas, las mujeres babeaban a su paso, sus amigos cargaron con las compras y nosotras cenamos como reinas.
De vuelta a la furgo, tras una interesantísima tarde de cocodrilos, regateo y mentiras (Nicoul, el chico del barrio, se hizo pasar por el marido de Anna cuando percibió que esa sería la mejor manera para que la dejaran en paz; y de paso hacerse ilusiones recreando una situación que le hubiera encantado que fuera real-) volvimos a la furgoneta respetando la “formación” inicial. Elba me dijo entonces una frase que todavía me produce risa cada vez que la recuerdo. Me dijo: “ni Puff Daddy, chaval…”. Y es verdad, ni a Puff Daddy le tratan tan bien en Nueva York o donde sea que viva.

Y ahora me lo imagino en casa… Seguramente estarán sin luz y sin agua, preparando la cena haciendo gala de una privilegiada imaginación y gastando velas, tarareando a Bob Marley y gastándose bromas los unos a los otros. Su novia estará jugando al Ludo (el parchís africano) con alguna vecina y los niños lloraran porque no se quieren ir a dormir.

Gambia de noche es el lugar más tranquilo de la tierra. Todo se paraliza. Si tienes preocupaciones éstas se esvanecen como por arte de magia: no tiene sentido contarse las miserias cuando ha dejado de apretar el calor y ya te has quitado el polvo de las calles con una ducha rápida. Es mejor dejarlo para mañana. Siempre es mejor dejarlo para mañana.

Creo que mi mentalidad controladora, huidiza y vaga tiene una clara procedencia en mis genes gambianos. Puede que algún día acabe retirándome al paraíso de la desidia, como mi progenitor. Puede que así, algún día, consiga ser yo misma, y con ello, ser “ALGUIEN”, en un ambiente desestresante y puro. En la desestresante y pura Africa.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

fffffffffffffff

Anónimo dijo...

aaaaaaaaaaaaa

Anónimo dijo...

mmmm. crec que es el blog més bonic que has escrit fins ara....
petons....eowyn