lunes, diciembre 27, 2004

Sayonara, baby!

PASADO MAÑANA ME VOY A LONDRES.

Dentro de 48 horas estaré ARRECÍA de frío (eso en castúo significa CONGELADA hasta la médula), pero mentalmente más FRESCA que una lechuga.

Me muero de ganas de subirme a ese avión. Bueno, cualquiera que me conozca mínimamente bién sabe de los ataques de pánico que sufro cuando vuelo, pero esta vez tengo TANTAS GANAS de subirme a ese avión que nada va a perturbar mi felicidad. Para ello he pensado que una buena dosis de lectura rollo Vogue o Vanity Fair me va a ser muy útil: nada como la visión de la última creación de Marc Jacobs para hacerte olvidar la posibilidad de que el tornillo principal de la oxidada ala izquierda del avión en que viajas salte en volandas, haciendo desestabilizar la equilibrada suma de ¿presión-velocidad-fuerza de la gravedad? (cómo pueden suspenderse a más de 3000 metros esos bichos?!) y acabemos todos, en el mejor de los casos, rollo 'Viven', discutiendo sobre qué es mejor comerse primero, la nalga derecha o la nalga izquierda del congelado culo del capitán.

De todas formas me siento con la obligación de avisar a mis compañeros de viaje (de los 6 con los que voy sólo he viajado antes con el Guillem), de que soy propensa, por decirlo de una manera suave, a atraer todos los desastres posibles.
Soy un imán de catástrofes cuando viajo. Imaginaros, si el 80 % de mis excursiones al Super se convierten en una peligrosa aventura llena de excitantes e insalvabes escollos, irme a otro país es como sobrevivir al Titanic para meterme luego en una peli de James Bond y empalmar con un revival de los Goonies.

Me ha pasado de todo, y con todo, me refiero a TODO, en el extranjero.
Así, a priori, os podría nombrar las veces que he perdido equipajes, aviones, trenes, autocares y tarjetas de crédito en varios puntos del planeta.
La vez que estuve a punto de ser testigo de un tiroteo mientras viajaba en la parte posterior de un coche perteneciente a un camello de Harlem.
La vez que se me hizo un juicio por multas en Estados Unidos.
La vez que me echaron de un after gay en Manhattan por llamar desgraciados al grupo de gorilas cabreados que me rodeaban y que pretendían que les regalara una cámara de fotos.
La vez en que tuve que esconderme porque estaba segura de que me iban a encarcelar por pintar con spray un enorme sk8 forever en las columnas del Palacio Real de Bruselas.
La horrible vez en que me emborraché hasta NO PODER MÁS en París 24 horas antes de coger el autocar que me traía de vuelta a Barcelona y me pasé las consiguientes 35 horas durmiendo y vomitando, vomitando y durmiendo.
La vez en que tuve que pegarle un par de ostias a un médico senegalés para impedir que me pusiera una inyección contra la malaria porque no me entendía cuando le decía que las agujas que usaban deberían estar reservadas a caballos o a animales con una masa muscular superior a la humana.
La vez en que fuí víctima de un complot en una peluquería inglesa y acabé llorando tras 9 horas de espera y 3 de tirones de pelo, quemaduras de cuero capilar y el sablazo de 40 libras por una permanente.

Y podría seguir, pero se me ocurre que sería un buen blog explicar con pelos y señales algunos de estos viajes desastrosos con más calma. Un adelanto: Nueva York. Nueva York ha sido hasta la fecha el viaje más desastroso y GENIAL que he hecho jamás. Se merece, no uno, sinó cién blogs, para hacerle honor debidamente. Pero eso será otro día.

Deseádme suerte y que no os pase nada durante mi ausencia.

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